Escudo espacial
Ética, periodismo y guerra
21.11.2008
Txetxu Ausín(Universidad Europea de Madrid) Es ya un lugar común la afirmación de que en la guerra una de las primeras víctimas es la verdad.
Y no podía ser de otro modo en la invasión actual de Irak por parte de las fuerzas militares de EE.UU. y Gran Bretaña apoyados sin reservas por el gobierno de nuestro país. La desinformación, las falsedades, los rumores, la propaganda están a la orden del día con relación a este ataque. Sin embargo, en esta ocasión, con total arrogancia, desparpajo y falta de pudor se ha invitado a mentir y se ha reconocido la oferta de comprar periodistas y comunicadores.
En este contexto bélico que nos sacude y conmociona, donde se están conculcando elementales principios morales y jurídicos, hay que contar una baja más: el derecho fundamental a recibir una información veraz. Este derecho, reconocido en muchos ordenamientos constitucionales democráticos, se recoge claramente en la Declaración Universal de DD.HH., en el Pacto Internacional por los Derechos Civiles y Políticos y en el Convenio Europeo de los Derechos Humanos, entre otros. ¿Y qué supone este derecho?
¿Qué deberes conlleva para con el profesional, para con las empresas de comunicación, que vehiculan dicho derecho? Pues simple y llanamente implica el deber de no impedir u obstaculizar que se sepa o averigüe la verdad en virtud de un elemental principio de la inferencia normativa: si A es un hecho lícito, es ilícito cuanto estorbe, impida u obstaculice A (principio de no-vulneración o interdictio prohibendi).
O dicho más directamente, el derecho a recibir una información veraz conlleva la prohibición de mentir o, si se prefiere, el deber de decir la verdad con relación a lo que acontece. Bien es cierto que la verdad es un concepto escurridizo y complejo, como sabemos los filósofos.
Por ello, la pretensión de veracidad en el ámbito de la información y la comunicación es modesta: la de que el informador diga o muestre aquello que piensa que ha ocurrido y no algo diferente o contrario a lo que piensa que ha ocurrido con todas las precauciones y prácticas que se le requieren a la hora de comprobar el hecho informativo.
Si en el debate público se exigiera, como por ejemplo en los tribunales, “toda” la verdad y “únicamente” la verdad como condición para el reconocimiento del derecho a recibir y difundir informaciones, entonces la única garantía de seguridad jurídica sería el silencio. Así, la presentación (oral, escrita, filmada, fotográfica) de la información puede aportar y contener elementos de interpretación que necesariamente son subjetivos pero ello no debe ser un medio para deformar y tergiversar esa información.
Pero, para satisfacer este deber de veracidad, de no-mendacidad, ¿realmente es suficiente con no tergivesar, con no mentir, con no difundir aquello que no se ha contrastado suficientemente?; es decir, ¿impone el deber de veracidad una obligación meramente negativa, una omisión, o también conlleva acciones, deberes positivos?
La respuesta a esta pregunta es claramente afirmativa. En el ámbito del periodismo se apunta hacia la existencia de un deber de veracidad como obligación positiva, en la medida en que hay obligaciones de hacer, y no sólo obligaciones de no-hacer.
Destacamos dos de ellas:
1) No es siempre una opción lícita para los medios de comunicación el guardar silencio. Un medio de comunicación tiene que informar sobre cuanto sea relevante en su campo informativo.
2) Para el periodista es imperativo contrastar y recabar cuantas fuentes sean relevantes para los casos que entren en su campo de investigación dentro de las consabidas limitaciones temporales que impone la actividad periodística a fin, precisamente, de ofrecer la información más veraz posible.
Ambas obligaciones de hacer algo, obligaciones positivas y no meramente omisiones, constituyen lo que se ha denominado “deberes de diligencia” dirigidos tanto al medio informativo como al informador individual. Sin embargo, en esta guerra no sólo se está mintiendo y tergiversando, sino que además se ocultan informaciones, imágenes y datos que son relevantes para una cabal compresión de lo que supone este (y otros) conflictos bélicos. Resulta realmente bochornosa la no emisión de imágenes de las víctimas, de los destrozos en las viviendas de civiles, de los frentes de combate, del cansancio, del sufrimiento y del dolor que la guerra origina.
En cambio, se presentan gráficos que nos cuentan la “precisión” de las tropas, se exponen las últimas tecnologías en el “arte de matar”, se idealiza a las tropas y se presenta a expertos analistas militares algunos tan absolutamente impresentables como el conocido coronel Oliver North, protagonista del affaire Irán-Contra que nos dan clases de táctica y estrategia sobre bonitos mapas coloreados. (Véase a este respecto la crónica de Marina Aizen para el diario Clarín 26/03/2003).
Es la guerra aséptica y virtual, al modo de un gigantesco videojuego, salvo para quienes la padecen, claro. Como comentaba una vieja periodista, bastaría con que este deber elemental de veracidad se cumpliese para que la guerra quedase inmediatamente descalificada.
Precisamente, el cúmulo de falsedades y la enorme desinformación con ocasión de la anterior Guerra del Golfo originó una importante reflexión del Parlamento Europeo en torno a los principios éticos de la actividad periodística, dando lugar a la aprobación del Código Europeo de Deontología del Periodismo (1993).
En este documento se remarca como un principio básico y elemental de la emisión de noticias el que debe realizarse con veracidad; algo que aún pareciendo una obviedad no viene mal recordar en un momento como el que vivimos. Más aún, en este código de referencia se señala la clara diferenciación entre informar y opinar, pero igualmente se establece que las opiniones, más allá de su carácter subjetivo, han de hacerse desde la honestidad y la ética y en ningún caso se debe intentar negar u ocultar la realidad de hechos o datos.
Además, por si lo anterior no fuera suficiente para cuestionarnos el papel de algunos medios en esta guerra, es un principio compartido en las declaraciones éticas y deontológicas del periodismo la defensa de los valores de la democracia, los derechos humanos y la solución de los problemas a través de métodos pacíficos.
En este sentido, la declaración de la UNESCO sobre el periodismo es especialmente significativa: “El periodista participa también activamente en las transformaciones sociales orientadas hacia la mejora democrática de la sociedad y contribuye, por el diálogo, a establecer un clima de confianza en las relaciones internacionales, de forma que favorezca en todo la paz y la justicia, la distensión, el desarme y el desarrollo nacional. (...) El compromiso ético por los valores universales del humanismo previene al periodista contra toda forma de apología o de incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística ...”.
Sirvan estas líneas también para prevenirnos de esos medios que ensalzan la guerra, la actual invasión de Irak, y que por ello pervierten y dañan de modo flagrante la noble actividad de informar y comunicar. Ojalá no se cumpla del todo la premonición de EL ROTO en una de sus magníficas viñetas, donde un adulto le dice a un niño: “Tú no te mezcles con la verdad, que siempre anda metida en líos” —como los auténticos periodistas y los filósofos, añadir ía yo.
En Madrid, España, bajo un guerra no declarada, a 27 de marzo de 2003.
fjose.ausin@fil.cin.uem.es
Y no podía ser de otro modo en la invasión actual de Irak por parte de las fuerzas militares de EE.UU. y Gran Bretaña apoyados sin reservas por el gobierno de nuestro país. La desinformación, las falsedades, los rumores, la propaganda están a la orden del día con relación a este ataque. Sin embargo, en esta ocasión, con total arrogancia, desparpajo y falta de pudor se ha invitado a mentir y se ha reconocido la oferta de comprar periodistas y comunicadores.
En este contexto bélico que nos sacude y conmociona, donde se están conculcando elementales principios morales y jurídicos, hay que contar una baja más: el derecho fundamental a recibir una información veraz. Este derecho, reconocido en muchos ordenamientos constitucionales democráticos, se recoge claramente en la Declaración Universal de DD.HH., en el Pacto Internacional por los Derechos Civiles y Políticos y en el Convenio Europeo de los Derechos Humanos, entre otros. ¿Y qué supone este derecho?
¿Qué deberes conlleva para con el profesional, para con las empresas de comunicación, que vehiculan dicho derecho? Pues simple y llanamente implica el deber de no impedir u obstaculizar que se sepa o averigüe la verdad en virtud de un elemental principio de la inferencia normativa: si A es un hecho lícito, es ilícito cuanto estorbe, impida u obstaculice A (principio de no-vulneración o interdictio prohibendi).
O dicho más directamente, el derecho a recibir una información veraz conlleva la prohibición de mentir o, si se prefiere, el deber de decir la verdad con relación a lo que acontece. Bien es cierto que la verdad es un concepto escurridizo y complejo, como sabemos los filósofos.
Por ello, la pretensión de veracidad en el ámbito de la información y la comunicación es modesta: la de que el informador diga o muestre aquello que piensa que ha ocurrido y no algo diferente o contrario a lo que piensa que ha ocurrido con todas las precauciones y prácticas que se le requieren a la hora de comprobar el hecho informativo.
Si en el debate público se exigiera, como por ejemplo en los tribunales, “toda” la verdad y “únicamente” la verdad como condición para el reconocimiento del derecho a recibir y difundir informaciones, entonces la única garantía de seguridad jurídica sería el silencio. Así, la presentación (oral, escrita, filmada, fotográfica) de la información puede aportar y contener elementos de interpretación que necesariamente son subjetivos pero ello no debe ser un medio para deformar y tergiversar esa información.
Pero, para satisfacer este deber de veracidad, de no-mendacidad, ¿realmente es suficiente con no tergivesar, con no mentir, con no difundir aquello que no se ha contrastado suficientemente?; es decir, ¿impone el deber de veracidad una obligación meramente negativa, una omisión, o también conlleva acciones, deberes positivos?
La respuesta a esta pregunta es claramente afirmativa. En el ámbito del periodismo se apunta hacia la existencia de un deber de veracidad como obligación positiva, en la medida en que hay obligaciones de hacer, y no sólo obligaciones de no-hacer.
Destacamos dos de ellas:
1) No es siempre una opción lícita para los medios de comunicación el guardar silencio. Un medio de comunicación tiene que informar sobre cuanto sea relevante en su campo informativo.
2) Para el periodista es imperativo contrastar y recabar cuantas fuentes sean relevantes para los casos que entren en su campo de investigación dentro de las consabidas limitaciones temporales que impone la actividad periodística a fin, precisamente, de ofrecer la información más veraz posible.
Ambas obligaciones de hacer algo, obligaciones positivas y no meramente omisiones, constituyen lo que se ha denominado “deberes de diligencia” dirigidos tanto al medio informativo como al informador individual. Sin embargo, en esta guerra no sólo se está mintiendo y tergiversando, sino que además se ocultan informaciones, imágenes y datos que son relevantes para una cabal compresión de lo que supone este (y otros) conflictos bélicos. Resulta realmente bochornosa la no emisión de imágenes de las víctimas, de los destrozos en las viviendas de civiles, de los frentes de combate, del cansancio, del sufrimiento y del dolor que la guerra origina.
En cambio, se presentan gráficos que nos cuentan la “precisión” de las tropas, se exponen las últimas tecnologías en el “arte de matar”, se idealiza a las tropas y se presenta a expertos analistas militares algunos tan absolutamente impresentables como el conocido coronel Oliver North, protagonista del affaire Irán-Contra que nos dan clases de táctica y estrategia sobre bonitos mapas coloreados. (Véase a este respecto la crónica de Marina Aizen para el diario Clarín 26/03/2003).
Es la guerra aséptica y virtual, al modo de un gigantesco videojuego, salvo para quienes la padecen, claro. Como comentaba una vieja periodista, bastaría con que este deber elemental de veracidad se cumpliese para que la guerra quedase inmediatamente descalificada.
Precisamente, el cúmulo de falsedades y la enorme desinformación con ocasión de la anterior Guerra del Golfo originó una importante reflexión del Parlamento Europeo en torno a los principios éticos de la actividad periodística, dando lugar a la aprobación del Código Europeo de Deontología del Periodismo (1993).
En este documento se remarca como un principio básico y elemental de la emisión de noticias el que debe realizarse con veracidad; algo que aún pareciendo una obviedad no viene mal recordar en un momento como el que vivimos. Más aún, en este código de referencia se señala la clara diferenciación entre informar y opinar, pero igualmente se establece que las opiniones, más allá de su carácter subjetivo, han de hacerse desde la honestidad y la ética y en ningún caso se debe intentar negar u ocultar la realidad de hechos o datos.
Además, por si lo anterior no fuera suficiente para cuestionarnos el papel de algunos medios en esta guerra, es un principio compartido en las declaraciones éticas y deontológicas del periodismo la defensa de los valores de la democracia, los derechos humanos y la solución de los problemas a través de métodos pacíficos.
En este sentido, la declaración de la UNESCO sobre el periodismo es especialmente significativa: “El periodista participa también activamente en las transformaciones sociales orientadas hacia la mejora democrática de la sociedad y contribuye, por el diálogo, a establecer un clima de confianza en las relaciones internacionales, de forma que favorezca en todo la paz y la justicia, la distensión, el desarme y el desarrollo nacional. (...) El compromiso ético por los valores universales del humanismo previene al periodista contra toda forma de apología o de incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística ...”.
Sirvan estas líneas también para prevenirnos de esos medios que ensalzan la guerra, la actual invasión de Irak, y que por ello pervierten y dañan de modo flagrante la noble actividad de informar y comunicar. Ojalá no se cumpla del todo la premonición de EL ROTO en una de sus magníficas viñetas, donde un adulto le dice a un niño: “Tú no te mezcles con la verdad, que siempre anda metida en líos” —como los auténticos periodistas y los filósofos, añadir ía yo.
En Madrid, España, bajo un guerra no declarada, a 27 de marzo de 2003.
fjose.ausin@fil.cin.uem.es
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